RELATOS DEL SABADO CON YESSY KAN - LAS TRES NEURONAS DE ANESCRIS BLOG

15 de febrero de 2014

RELATOS DEL SABADO CON YESSY KAN



ACA ESTA DE NUEVO 

      La tarde estaba por caer, ya el sol cansado y viejo de alumbrar todo el día, estaba por esconderse tras el ocaso. Sonya miraba desde la terraza de un rascacielos las calles colapsadas de autos, buses y taxis en larga fila; como también los gigantescos edificios con sus anuncios y luces en caprichosos colores. Por una razón, se sentía intranquila. Un inusual desasosiego le invadió su vulnerabilidad de pronto, recordando aquellos momentos que se habían convertido en lo más importante de su diario vivir. Aquella sonrisa que se había hecho el personaje principal en la historia de su vida. La nostalgia agrieto su alma, y cerrando los ojos momentáneamente intento equilibrarse, para calmar ese inexplicable malestar desde lo más profundo de su ser. La reminiscencia de sus humanas acciones se debatía con el instinto que proclamaba serenidad. Las horas de trabajo habían sido largas y aburridas en aquella grande y espaciosa oficina. Pero a Sonya le parecía pequeño y estrecho, la hacían sentirse comprimida en ese gran espacio, pero le aliviaba estar mirando el paisaje por las grandes ventanas. Y allí estaba, quieta y ahogada, observando superficialmente todo aquello que le rodeaba, absorta en sus más íntimos pensamientos.


     Un leve dolor punzante sobre la sien la devolvió a la realidad. Sonya se dirigió al escritorio, y rápidamente comenzó a ojear algunas páginas de su trabajo pendiente. Es en esos momentos de relativa calma, alguien toca a la puerta. Con movimiento casi robótico, se levantó hacia la copiadora, mientras por la puerta su jefe se aproximaba con cara agridulce.

     – ¿Está ocupada? Pregunto, mientras pasaba su mano por la brillante calva. Sonya se giró, y replico – Ya casi término. ¿Que se le ofrece?

      Para su gran sorpresa, Sonya no sabía que su jefe la estaba vigilando. Alguien lo había alertado que ella estaba trabajando con fondos de la compañía para asistir a mujeres de bajos recursos en sus litigaciones matrimoniales y de abusos. Su jefe era un hombre frio, déspota. Un abogado superficial que solo le importaban los casos grandes que le dieran buena remuneración. El hombre se acercó hasta el ventanal, y extendiendo la mano gorda, señalo el inmenso archivador y dijo en voz alta, palabreando como un campeón de pacotilla.

      - Tienes que poner más atención a los casos de demanda. De ahí es donde lubricamos más este negocio. – Sonya lo reto con la mirada fría pero con la determinación de enfrentarlo. Agarro del escritorio una papeleta y se acercó a él.

     -Señor, disculpe. También estos casos generan profito. Y claro, no al instante y de la manera que lo desearía Ud. Por favor, reconsidere la situación de estas personas. Déjeme darle el ejemplo del caso de la Sra. Mirábale. Su hija de 16 años fue abusada sexualmente por su jefe, en su propia oficina. Pero dicha señora no tiene quien la represente, ni mucho menos la plata para pagar los gastos de un buen abogado. – termino diciendo, tratando de ablandar el corazón de su enardecido Jefe.

     - No me importa! - Debo obedecer mi ley, esa que hace fuerte mi fortaleza para triunfar en la vida. Lo siento mucho. Debes seguir mis reglas o te verás obligada a darme tu renuncia. Buenas noches. - agrego, mostrándole las nuevas carpetas que descansaban en el escritorio. Acto seguido, salió volado por la puerta sin decir más nada.

     Sonya sintió vomitar rayos y centellas, pero se contuvo. Necesitaba el trabajo, necesitaba también mantenerse ocupada las 24/7 de sus tristes días. La vida no la estaba tratando bien, parecía estar destinada a no encontrar amor. Y para contrariar su existencia, tenía cierta sensibilidad hacia las personas necesitadas que le enredaban a problemas. Cuando estuvo a solas, tiro las carpetas al piso, y después de un profundo respiro, tomo la cartera, sus llaves y salió dando un portazo.

     Justo a tiempo que Sonya se acercaba al elevador, las puertas se abrieron, a como pudo, tratando de contener semejante situación pincho el botón del lobby. Sentía que sus pulmones necesitan una buena cantidad de aire fresco, pensó quizás, le caería bien caminar unas cuadras abajo de la larga y ancha avenida. Al salir, comenzó a caminar, despacio por la gran ciudad. A su paso, hombres y mujeres con trajes sobrios y caminando robóticamente se mezclaban con el resto de la humanidad que transitaba por las calles. Aun así, la soledad era su única compañía, sin importarle el ruido, era su mundo perfecto e intacto; jamás nunca salía con amistades, así que, poco a poco fue perdiendo el contacto con sus colegas, a los que tampoco parecía importarles por lo que estaba pasando. Durante 10 años seguía llevando esa misma estructura, de casa al trabajo, del trabajo a la casa, que acabo arrancándole todas las ilusiones y agriando su carácter; convirtiéndola en una autómata que hacia las cosas por un deber, por subsistir.

      Camino y camino por horas sin ver el reloj, sin importar que la noche siguiera su curso, alejándose más y más de la populación humana, sin pensar, lo peligroso y arriesgado, que era caminar sola por las calles solitarias del bajo Manhattan. De repente la alarma de su reloj sonó, marcando las 10:30 pm, hora en que ritualmente sin pasar un minuto debía tomar la pastilla para dormir. Reaccionando bruscamente, despertó de su letárgico caminar; encontrándose en una calle sucia y solitaria, con establecimientos olvidados, pintados con grafiti y una que otra esquina mal iluminadas por faroles viejos. Ya era muy noche, en un principio parecía estar todo desierto, no había ningún murmullo, ningún sonido. Pero de pronto, comenzó a escuchar pasos. Sonya nerviosamente abrió su cartera y saco un pepper spray para defenderse. Miro a su alrededor, también hacia un callejón que tenía al cruzar la calle, los pasos seguían sin detenerse, y los escuchaba aún más cerca.

      - ! Deténgase!... !Deténgase! - Grito una y otra vez sin recibir respuesta alguna, mientras tanto su mano empuñaba con fuerza el botecito letal. En un abrir y cerrar de ojos, a unos pasos, frente a ella se apareció un extraño individuo sucio y mal oliente, que le sonreía mostrándole sus podridos dientes.

     No te acerques... ¡te lo advierto! - le gritaba frenéticamente, apuntando a él su única arma. No sabía qué hacer, solo sabía que estaba allí, amenazada por un loco maniaco, y que de su reacción dependería ganar tiempo, con la esperanza que algún transeúnte se apareciera milagrosamente por tan desolado lugar.

     Comenzó sudar copiosamente e intento controlar su ritmo respiratorio para pensar mejor, pero fue muy difícil. Se encontraba sola y atacada por un hombre alto y fuerte, que la amenazaba con un filoso cuchillo. La maldad intensa de sus pupilas se clavó como finas agujas en la piel de Sonya. Apenas parpadeaba y en ningún momento apartaba los ojos de ella. Trastornado, perturbado y demente, como rayo salto sobre Sonya sin piedad. Ella reacciono y expulso el pepper spray, el psicópata la evadió, y levantando una tapa del recipiente de basura, se defendió del vapor que ella disparaba sin parar. Se le estaba creando una situación cada vez más difícil de controlar, el spray ya no estaba funcionando, el macabro hombre sonreía con descaro, babeando por la adrenalina podrida que corría por sus malditas venas. Sonya trato de escapar, corrió y corrió con todas sus fuerzas asta ya no poder; al llegar a una esquina semi oscura cayo cansada, y trato de esconderse atrás de unos contenedores de basura ubicados frente a un edificio vacío. Estaba al borde del colapso, el terror la había invadido por completo.

     Y allí se quedó, sumamente en silencio, su desesperación y angustia se estaban convirtiendo en un terrible odio ante todo, ante la injusticia de verse en esos momentos sola, sin protección de nadie. Comenzó a sentir la inmensa rabia que salía y atravesaba cada nervio y poro de su asustado cuerpo, y que a la vez iba adquiriendo una malvada fuerza; una fuerza que gritaba venganza. Los minutos pasaron, y una aterradora voz se dejó escuchar, resonando por el silencio:

     - Ya sé dónde estás maldita puta. ¡Te hare pedazos! El rígido cuerpo de Sonya continúo sentado sin hacer el mínimo gesto de levantarse, como si ignorara o no temiera ya a lo que estaba por suceder. En realidad, algo nuevo estaba pasando por su cuerpo en aquellos momentos, algo inusitado y terrible. Unas fuerzas extrañas se apoderaban de su interior que comenzaron a trastornar su mente; y como una memoria fotográfica fue creando imágenes, y vio gente corriendo, gritando, sangrando siendo atacadas por filosas colmillos y garras. Tras un momento de estupefacta vacilación, Sonya sintió una terrible punzada a su espalda. Ella se viro con un movimiento casi mecánico, y miro a los ojos al maldito violador que le había enterrado el cuchillo; y que, con sonrisa burlona decía:

     -  Después de violarte, te arrancare el corazón y las vísceras para después dar de comer a los perros.

     Sonya se llevó la mano derecha atrás de la espalda, y de un tirón saco el filoso cuchillo que le había enterrado. Al ver esto, sorprendido, y torciendo la boca en una horrible mueca grito a todo pulmón abalanzándose sobre ella: "Ven acá maldita perra, ven acá! te voy hacer pagar lo que las mujeres hicieron de mí. Son unas frívolas, traicioneras!". Durante unos críticos instantes y con increíble rapidez, Sonya saco unas filosas garras mortales que manejo con sobre humana habilidad; y antes que pudiera descargar sobre ella el machete que llevaba entre las manos, le descargo un golpe brutal abriéndole el pecho y a la vez extrayendo el corazón.

     El rostro de Sonya estaba pálido, cubierto de sangre, los ojos rojos como el fuego del infierno; los labios entre abiertos exponían dos largos y afilados colmillos con furia. Alzo la cabeza, y acto seguido, estrujo el corazón con tal fuerza asta deshacerlo entre su mano. La sangre comenzó a correr por el suelo, un apetito feroz a necesidad de sangre comenzó apoderarse de su cuerpo. Lentamente se acercó al rio de sangre que corría por sus pies, y flexionando su cuerpo la toco; sintiéndola caliente, pegajosa y aterradora, como el terror que hacia algunas horas había sentido, sola, sin nadie que le ayudara. Sin poder evitarlo, saco la lengua y quiso probarla, pero de inmediato un repudio la llevo casi a vomitar, la sangre del asesino estaba alcoholizada.

     Sonya se incorporó y empezó a dar vueltas alrededor del patético cadáver, aun poseída por esa fuerza, segura de sí misma, se sentía una criminal sin remordimientos, tranquila, que un fatal parasito que ansiaba la muerte ajena ya estaba fuera de la faz de la tierra. De pronto, se dio cuenta que corría un grave riesgo si alguien la veía a los alrededores, so hecho a correr, se dio a la fuga sin un rumbo fijo. Simplemente corrió y corrió todo cuanto sus poderosas piernas se lo permitían.


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